Compré el Apple Watch en Alemania antes de su salida en España. Había leído tanto sobre él que tenía claro que podía esperar: poco.
La opinión general es que estaba muy verde y que servía para más bien poco.
Yo venía de un Pebble de primera generación que también servía para poco además de ser más feo que pegarle a un padre.
Como suele pasar con los productos de Apple me impresionó su diseño; era bonito y perfecto. La comparación con el Pebble es como comparar un Bentley con un 127: imposible.
Y efectivamente, valía para poco o nada: notificaciones y poco más.
¿Por qué no lo descambié o lo vendí? Porque me gustaba. Es un reloj, me gusta y da la hora ergo ya es motivo suficiente para quedárselo como haría con cualquier otro reloj que me gustara y me diera la hora.
- ¿Y para eso 400€?
- Sí, y 5000€ de un Rolex si te gusta y puedes pagarlos.
- ¿No me vas a comparar el AW con un Rolex?
- No, a mí me gusta más el AW.
Y a partir de ahí nos fuimos conociendo y resultó que valía para algo más. Porque cuando comencé a hacer ejercicio me gustó la forma de monitorizarlo a través del AW. Y es un placer abrir Overcast cuando estoy en el coche y darle al play sin sacar el móvil del bolso. Ah, y contestar llamadas rapidamente en plan “Kitt te necesito” cuando el teléfono suena y sigue perdido en ese bolso sin fondo. Si la cosa se alarga y el móvil finalmente aparece con un sólo toque pasas la llamada al teléfono.
La alarma para localizar el teléfono por la casa entre los cojines del salón es un puntazo y lo más grande es utilizar Siri en cualquier momento para añadir un recordatorio, especialmente a la lista de la compra.
Y son detalles sí, pero todos juntos hacen que si me dejo el reloj en casa me de la vuelta a por él.
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